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Vaticano II: historia, contexto, doctrina

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sábado, 29 de octubre de 2011

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¿Razón o relativismo?

He aquí la cuestión. En el artículo titulado “La ‘dictadura’ del relativismo” (con la segunda palabra entrecomillada) de EL MUNDO de anteayer, el catedrático de Filosofía política por la UNED refutaba el discurso de Benedicto XVI en el Reichstag. «La música de Ratzinger suena bien –decía– pero el problema está en la letra», y lo contraponía a un Kelsen distinto al citado por el papa Ratzinger en el Parlamento alemán. «Un Estado democrático –argüía nuestro profesor– no puede aceptar que lo que, para los creyentes es pecado, sea un delito para el resto». Lo cual llama todavía más la atención pues Benedicto XVI no habló en ningún momento en términos de pecado o bienaventuranza eterna, sino de razón, naturaleza, ecología o ética universal. ¿A qué viene entonces esa cita catequética, así como las alusiones al nacional-catolicismo?
No era esa la lógica. Hemos de diferenciar entre el nivel jurídico, el ético-filosófico (estamos aquí) y el religioso, del que se suele ocupar el papa en otras sedes y ocasiones. «Desde mi responsabilidad internacional –empezó diciendo de un modo bastante aséptico, a mi modo de ver–, quisiera proponerles algunas consideraciones sobre los fundamentos del Estado liberal de derecho». Acudiendo a Agustín de Hipona (¿se le puede citar a él como a la Biblia, los Vedas o el Kalevala?), Benedicto XVI extraía alguna lección: «Quita el derecho y, entonces, ¿qué distingue el Estado de una gran banda de bandidos?». Y añadió con clara conciencia autocrítica, que tan solo nace de la evidencia histórica: «Nosotros, los alemanes, sabemos por experiencia que estas palabras no son una mera quimera». Eran directas referencias a la historia alemana del siglo pasado: al nacionalsocialismo y al Tercer Reich.
¿Comparar el relativismo con el nacionalsocialismo, con una panda de ladrones y delicuentes? ¿No es el relativismo lo más tolerante y lo menos dogmático? ¿No resulta la religión el origen de todo fanatismo, de todo fundamentalismo, de toda guerra de religión? ¿No se sigue matando en nombre de Dios? Los juicios de la historia nos demuestran que las grandes masacres del siglo pasado no se hicieron invocando precisamente ese nombre. Hitler –por ejemplo– fue «un ídolo pagano», dijo el papa alemán después a los judíos allí presentes. Lo primero que hizo el Führer fue suprimir la independencia del poder judicial y cualquier referencia a un sistema ético universal. Es decir, trabajó en clave relativista para imponer su propio régimen totalitario. Otras dictaduras no han sido más sensibles ni con la ley, ni con la ética, ni con la razón.
Es ésta la tesis-Ratzinger. Porque de esto habló Benedicto XVI en el Parlamento alemán (y no de religión pues no estaba en una iglesia). Su discurso tenía casi más que ver con el profesor que con el pontífice, aunque evidentemente la persona sea la misma. Pero los argumentos son distintos. El cristianismo –continuaba–, en este sentido, deja hacer; apela a la razón, no a la fe. «Contrariamente a otras grandes religiones, el cristianismo nunca ha impuesto al Estado y a la sociedad un derecho revelado, un ordenamiento jurídico derivado de una revelación». Es decir, no ha impuesto un sistema fundado en el binomio virtud-pecado, sino en el bien y el mal cognoscible por todos con la propia conciencia. «En cambio –continuaba–, se ha referido a la naturaleza y a la razón como verdaderas fuentes del derecho, se ha referido a la armonía entre razón objetiva y subjetiva, una armonía que, sin embargo, presupone que ambas esferas estén fundadas en la Razón creadora de Dios". El problema no es una falta de fe, sino de razón. Éste era un punto de contactos con todos, creyentes o no: la existencia de un Origen que ordena cosas y personas hacia la propia realización. A esto se puede llegar también sin tener fe.
Como se sabe, aunque una respetable (en todos los sentidos) sexta parte del Parlamento germano abandonó la sala sin escuchar el discurso, hubo una muy buena acogida por parte de los parlamentarios verdes. Ésta era la “estrategia”: si argumentamos no solo en clave ética, tal vez se pueda entiender mejor el problema. Hoy día –“gracias a Dios”– nadie sostiene que contaminar el medio ambiente o incendiar un bosque sea un comportamiento responsable. Aquí no somos relativistas, sino que nos damos cuenta de que nos introducimos en una esfera que no nos pertenece, en la que no tenemos poder ni podemos ser arbitrarios. Aquí vemos la naturaleza con una mirada amplia. «Una concepción positivista de la naturaleza, que comprende la naturaleza en modo puramente funcional, como las ciencias naturales la explican, no puede crear ningún puente hacia el ethos y el derecho, sino suscitar nuevamente sólo respuestas funcionales». Una visión de la naturaleza que sólo busca su uso y disfrute acaba por destruirla, tal como hemos podido apreciar en más de una ocasión.
Nuestro modo de abordar la naturaleza y el medio ambiente ha de ser respetuoso con esa realidad que está más allá de nosotros mismos. Y aquí es donde Benedicto XVI citaba al maestro de nuestro profesor, aunque quizá en una época posterior. La teoría que prevalece hoy en el Estado liberal es el positivismo jurídico, cuyo máximo representante es Hans Kelsen (1881-1973), el austríaco afincado en Estados Unidos. Es considerado uno de los “padres” de la democracia del siglo XX. «El gran teórico del positivismo jurídico –dijo Benedicto XVI–, Kelsen, a la edad de 84 años –en 1965– abandonó el dualismo de ser y de deber ser. Había dicho que las normas podían derivar solamente de la voluntad». (El papa Ratzinger, con la ironía a la que nos tiene acostumbrados, señalaba que formuló esta postura con la misma edad que él ostentaba: «es interesante ver cómo a esa edad se pueden decir todavía cosas interesantes». La concurrencia rió de buena gana la ocurrencia).
La naturaleza tiene que ver con la ética, y el ser con el deber ser, concluyó a una edad madura el filósofo del derecho austriaco. La voluntad propia o la libertad individual aisladas pueden ser peligrosas no sólo para los demás, sino también para uno mismo. Hace falta una referencia externa. No solo hay naturaleza fuera de nosotros. La ecología exterior –sugería el orador– debe llegar también a la interior, al respeto de ese trozo de naturaleza que hay dentro de cada uno. Esto no es hablar de religión, aunque el que allí hablaba fuera uno de sus más claros exponentes. Benedicto no quería renunciar a los logros obtenidos gracias al positivismo jurídico o al Estado liberal en el gobierno de las sociedades, pero advirtió que –en sí mismo– «no es suficiente» para determinar lo que es justo o injusto. O para construir el bien y el mal. Por eso afirma que el relativismo puede llevar a la dictadura, a los totalitarismos donde sólo impera la ley del más fuerte, del más ladino o del más mediático.
Actualmente, afirmó en fin el papa alemán, «en las decisiones de un político democrático no es tan evidente la cuestión sobre lo que ahora corresponde a la ley de la verdad, lo que es verdaderamente justo y puede transformarse en ley». Ésta es la cuestión (ético-filosófico-ecológica). Al abandonar la verdad común a todos los mortales, se acaba cayendo en la arbitrariedad y, con ella, en el Far West: en la ley del más rápido... Y añadió también el papa entre risas, tras afirmar que no hacía «propaganda por un determinado partido político»: «Diría que la aparición del movimiento ecologista en la política alemana a partir de los años setenta, aunque quizás no haya abierto las ventanas, ha sido y es sin embargo un grito que anhela aire fresco, un grito que no se puede ignorar ni relegar, porque se percibe en él demasiada irracionalidad». El papa Ratzinger tan solo ha reclamado eso: razón, ética, verdad, naturaleza, tal como sugirió el último Kelsen. Porque es algo común a todos y porque es lo más seguro para todos. Esto es lo tolerante, no un relativismo en el que (aquí de nuevo la evidencia histórica) se acaba imponiendo el más poderoso, el más astuto o el que convierte lo relativo o lo propio en un absoluto. Nace entonces la “dictadura”, el absolutismo del relativismo, valga el ripio.

Pablo Blanco Sarto
Universidad de Navarra
Autor de Benedicto XVI, el papa alemán (Planeta)

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